-¿A qué lo pongo, abuela?
-¡Al zéro, al zéro! ¡Otra vez al zéro! ¡Pon lo más
posible! ¿Cuánto tenemos en total? ¿Setenta federicos de oro? No hay por qué
guardarlos; pon veinte de una vez.
-¡Pero serénese, abuela! A veces no sale en doscientas
veces seguidas. Le aseguro que todo el dinero se le irá en puestas.
-¡Tontería, tontería! ¡Haz la puesta! ¡Hay que ver cómo
le das a la lengua! Sé lo que hago. -Su agitación llegaba hasta el frenesí.
-Abuela, según el reglamento no está permitido apostar
al zéro más de doce federicos de oro a la vez. Eso es lo que he puesto.
~¿Cómo que no está permitido? ¿No me engañas? ¡Musié
musié! -dijo tocando con el codo al crupier que estaba a su izquierda y que se
disponía a hacer girar la ruleta-. Combien zéro? douze ? douze?
Yo aclaré la pregunta en francés.
-Oui, madame -corroboró cortésmente el crupier puesto
que según el reglamento ninguna puesta sencilla puede pasar de cuatro mil
florines -agregó para mayor aclaración.
-Bien, no hay nada que hacer. Pon doce.
-Le jeu estfait -gritó el crupier. Giró la ruleta y
salió e treinta. Habíamos perdido.